EL 15M Y LAS REVOLUCIONES DE COLORES

Ucrania
Este mes se conmemoraba lo que fue el movimiento 15M. 6 años han pasado desde aquella manifestación que acabó con la acampada en la Puerta del Sol y otras plazas de ciudades españolas. Aquello dio lugar a un movimiento nunca antes visto en España. Reivindicaciones abstractas y en muchos casos vacías, con las cuales se evitaba generar rechazo. El seguimiento de los medios de comunicación también fue sorprendentemente benévolo hacia un movimiento que venía a “cambiarlo todo”, todo un hecho sin precedentes cuando desde los mismos medios se han criminalizado hasta las causas y luchas más justas. Un movimiento radical en las formas y moderado en el fondo. Era sorprendente ver a los manifestantes jugarse su libertad e integridad física frente a la policía, mientras las consignas eran vagas y extremadamente abstractas. “Islandia es el camino” se escuchaba. Lo cierto es que el 15M tenía precedentes fuera de nuestro país y no era precisamente Islandia.
En 2003 se producía la “Revolución de las rosas” en Georgia. El Estado georgiano estaba marcado por una enorme debilidad fruto de la caída soviética. La corrupción era endémica en ese “sálvese quien pueda” que supuso el fin de la URSS. Con todo el apoyo de occidente, miles de manifestantes salieron a la calle llegando a tomar el parlamento. Aquellas protestas tumbaron al gobierno, dando paso a la Presidencia de Saakashvili, un abogado formado en EEUU cuyo programa político se limitaba a criticar la corrupción. Las consecuencias fueron la entrada de Georgia en la OTAN, la venta de empresas públicas y privatización de la economía entre otras recetas neoliberales como la limitación del gasto público. El desengaño y la desilusión no tardó en aparecer.
En 2004, sucedía algo similar en Ucrania, un país de la órbita rusa. Protestas violentas en plazas significativas del país con “inofensivos” lemas contra la corrupción llevaron al poder al neoliberal Viktor Yushchenko. El descontento hacia sus políticas fue tal que en las siguientes elecciones presidenciales sólo obtuvo un ridículo 5% de los votos. Fracasaba así la denominada “Revolución naranja” aunque pronto volvería la segunda parte de la misma, esta vez de forma mucho más trágica con el Euromaidán de 2014. Desde entonces Ucrania se desangra en una guerra, mientras elementos abiertamente nazis gozan de total impunidad como fuerza de choque que salvaguarde el nuevo orden.
La experiencia en derrocar gobiernos en el espacio postsoviético para sustituirlos por otros abiertamente sumisos a la OTAN, hizo que se utilizaran las mismas prácticas en otras zonas geográficas. Llegaba el turno de exportar las revoluciones de colores a los países árabes (curiosamente no fue en los países más sumisos a los deseos de EEUU).
En enero de 2011 unas protestas, supuestamente espontáneas, derribarían al gobierno de Ben Alí en Túnez. Al mes siguiente, Egipto correría las misma suerte. Miles de egipcios de buena voluntad y con legítima indignación participaban en protestas en la Plaza Tarhir, para servir involuntariamente a oscuros intereses. Las protestas hicieron caer el gobierno de Mubarak mientras los reaccionarios hermanos musulmanes se hacían con el poder. El gran beneficiado sin lugar a dudas, se llamaba Israel. Ese mismo año, se repetía en Libia el mismo esquema. En este caso el apoyo de EEUU a los rebeldes no pudo ser tan discreto como en anteriores ocasiones. Las bombas de la OTAN posibilitaron el derrocamiento de Gadafi y el posterior ascenso de los islamistas más reaccionarios que han llevado a Libia a Siglos atrás. En 2011, las protestas en Siria pusieron contra las cuerdas al gobierno. En esta ocasión “los rebeldes” (terroristas de corte islámico) no obtuvieron un triunfo tan rápido y aún hoy, 6 años después, el país sigue derramando sangre por la guerra nacida de aquellas protestas.

Se podrían extraer una serie de coincidencias que han caracterizado a estas mal llamadas revoluciones:

1. Sólo tienen posibilidades de triunfar en países alejados del imperialismo estadounidense.
2. Contrasta el carácter pacífico y cándido que estas protestas tienen en países sumisos a la OTAN, con la violencia y la barbarie que se vivieron en países no serviles a la OTAN, como Ucrania o Libia.
3. Los medios de comunicación y las redes sociales han jugado un papel destacado en moldear una opinión pública favorable a tales “revoluciones”. La postverdad disfrazada de una fuerte carga sentimental y emotiva, justifica cualquier respuesta bárbara ante hechos que posiblemente nunca ocurrieron.
4. Todas toman como epicentro de sus protestas un lugar emblemático. Un lugar que conecte con el corazón y las emociones del pueblo, y que sea fácilmente encuadrable en el ángulo de una cámara de televisión.
5. Todas estas protestas se inician con vagas y amigables consignas contra la corrupción, para acabar entregando el poder a gobiernos más corruptos, neoliberales y sumisos ante la OTAN.
6. Todas aparentan ser espontáneas, cuentan con el apoyo de millones de personas legítimamente indignadas, pero lo cierto es que de espontáneas no tenían nada. La preparación, la logística y la planificación sugieren una cuidadosa estrategia.
Después del 15M, hemos podido observar protestas similares en países miembros de la OTAN. “Occupy Wall Street” en EEUU o la “Nuit debout” en Francia han supuesto, al igual que el 15M, un mero espectáculo decorativo sin ninguna posibilidad de cambios profundos.
Después de servir para modificar la geopolítica de Europa oriental y los países árabes en favor de la OTAN, hoy Venezuela y América Latina parecen ser los nuevos objetivos a donde exportar este tipo de “revoluciones”. Hasta ahora Venezuela parece haber sabido parar esta agresión aunque aún no ha conseguido sofocarla al cien por cien. Los servicios de seguridad cubanos también reportaron intentos de llevar allí una revolución de colores, sin ningún atisbo de éxito.
Algún día, la izquierda española tendrá que valorar de forma fría y sin sentimentalismos lo que fue el 15M. Más allá de los delirios, deseos y nostalgias, lo único que empíricamente se puede comprobar han sido las victorias electorales de la derecha elección tras elección. A esto hay que añadir el debilitamiento ideológico y organizativo de la izquierda hacia fórmulas ciudadanistas cada vez más preocupadas en no parecer demasiado ofensivas hacia el poder.

@lataninad

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